El presidente del Gobierno, por esa "razón de Estado" que es el último refugio de los canallas una vez que el patriotismo se figura antiguo, mantiene que lo que se ha comido a los dos pobres bañistas ecuatorianos del aparcamiento de la T-4 de Barajas ha sido una pescadilla frita y no un enorme e insaciable carcharodon carcharias (por cierto cebado y hormonado por él mismo), porque sólo rebajando el justificadísimo pánico es como puede salvar el curso político, y por extensión su carrera política.
"Gritas 'barracuda', y nadie hace caso, gritas 'tiburón', cunde el miedo y adiós temporada de veraneo", le decía el alcalde al sheriff Brody en la celebérrima película escuálida de Steven Spielberg, un burgomaestre ribereño entre hortera y mafiosillo con su blazier estampado de anclas casi tan feo como aquellos que llevaba Zapatero cuando era diputado anónimo. "Pero, ¿qué temporada de veraneo? Estamos en ciudad tiburón, ¿lo entiendes? Se acabó la temporada de veraneo", respondía el sheriff, que no creía que los jaquetones pudiesen volverse macrobióticos a base de voluntarismo y poesías de Rabindranath Tagore, o como se llame el último premio Cervantes. En efecto, este Gobierno sonado y acabado no quiere darse cuenta que a partir del último día del año pasado la opinión pública se siente viviendo en ciudad tiburón, y que volver a colocarnos lo de la misma pescadilla ya les huele. Claro que no veo a Cándido Conde-Pumpido poniendo ahora a trabajar a la policía y a los servicios secretos y clavando él mismo cartelitos de "Prohibido el baño".
"Gritas 'problema de comunicación con la banda' y nadie deja de meterse en el agua; gritas 'atentado terrorista de ETA' y ya nos podemos ir olvidando de hacer caja en las próximas elecciones", ha regañado Pepiño Blanco a un últimamente derrotista Rubalcaba. Si sabrá Pepiño (al que últimamente llaman "Pepín", como si hubiese tomado la alternativa) lo que le conviene al pueblo para continuar viviendo en la y de la temporada de veraneo democrático permanente, chapoteando confiado mientras el gran señorito blanco sigue en Moncloa haciendo la digestión.
Han encontrado unos cuerpos bárbaramente mutilados por lo que parece que no ha sido la acción fulminante de una gotera o un desconchado de escayola en el aparcamiento del aeropuerto madrileño, y Rodríguez Zapatero no está dispuesto de ninguna manera, porque sería negar a su criatura, a aceptar lo evidente, a gritar "tiburón" y cerrar las playas de la paz perpetua porque, entonces, ¿de qué va a vivir él? Ahora que le había cogido la postura a la política de alto vuelo, dónde va a pillar un curre que le permita desayunar y merendar a diario con las niñas. Las playas, tras el accidente inoportuno del otro día, vuelven a abrirse oficialmente al diálogo. Vayan bien desayunados.